En la República Dominicana la sociedad civil ha sido, históricamente, un actor fundamental en la lucha por la democracia, la transparencia y los derechos ciudadanos.
Pero en estos últimos años, precisamente bajo el actual gobierno, esa misma sociedad civil parece haber desaparecido del escenario público. Lo que antes era un grito firme, aguerrido y continuo, hoy es un silencio preocupante y sospechoso.
Por aƱos, la sociedad civil en la RepĆŗblica Dominicana se presentó como la conciencia crĆtica del paĆs. Fue la voz que se alzó frente a los excesos de los gobiernos, la que denunció la corrupción, la que salió a las calles en defensa de la democracia y de los derechos ciudadanos. Sin embargo, esa voz se ha apagado. Y ese silencio es tan estruendoso como irritante.
Porque mientras la corrupción sigue galopando, mientras el costo de la vida asfixia a las familias, mientras los apagones regresan como si estuviĆ©ramos en los 80, mientras la improvisación y los errores de polĆtica pĆŗblica se multiplican, la sociedad civil ha preferido callar.
O peor aĆŗn: algunos de sus principales actores parecen haberse acomodado, conformado, o cooptado por el poder, ocupando altos cargos en el tren gubernamental.
¿Dónde estĆ”n las voces de Participación Ciudadana, que durante los gobiernos del PLD levantaban auditorĆas ciudadanas, ruedas de prensa, marchas, piquetes, con sólo surgir alguna denuncia contra la gestión pĆŗblica? Hoy apenas se les escucha un tĆmido comunicado, como si la corrupción fuera menos corrupción dependiendo de quiĆ©n estĆ© en el Palacio Nacional.
¿Dónde estĆ” la Finjus, que en otros tiempos se erguĆa como referente de opinión jurĆdica y defensora de la institucionalidad? Hoy parece mĆ”s interesada en validar proyectos oficiales que en cuestionar la debilidad de las instituciones.
¿Y quĆ© pasó con el Consejo Nacional de la Empresa Privada (CONEP), y las demĆ”s cĆŗpulas empresariales, que antes se mostraban preocupadas por el rumbo del paĆs? Ahora guardan silencio frente al desorden elĆ©ctrico, la corrupción, el endeudamiento y la inflación, porque al fin y al cabo sus intereses estĆ”n garantizados.
Ni hablar de las universidades, gremios profesionales y sindicatos, que parecen mƔs ocupados en defender sus parcelas que en levantar la voz por la sociedad. Los mƩdicos protestan solo por lo suyo, los maestros apenas se hacen sentir, y las asociaciones comunitarias, antaƱo combativas, hoy lucen fragmentadas y dƩbiles.
Y no olvidemos a las iglesias, que en otros tiempos denunciaban con fuerza los males sociales. Hoy, salvo contadas excepciones, la mayorĆa de las iglesias parecen optar por la prudencia y el acomodo, antes que por la denuncia profĆ©tica que el paĆs necesita.
El resultado es claro: frente a los apagones, el alto costo de la vida, la corrupción que no cesa y los errores de gestión, no hay una voz colectiva, fuerte, organizada, que represente a la ciudadanĆa.
La sociedad civil que antes se presentaba como un contrapeso, hoy luce como un actor neutralizado, domesticado, o en el peor de los casos, cómplice por omisión.
El pueblo dominicano no se merece una sociedad civil que grita según quién gobierne, ni con organizaciones que negocian su independencia a cambio de financiamientos, favores o puestos.
El paĆs necesita una sociedad civil de verdad, con coherencia, con coraje, con independencia. Porque callar en medio de la crisis, frente al abuso de poder y frente a los males sociales, es otra forma de corrupción.

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